Ballet BolshoiBolinchas
El casino de la vida
Por Ibo Bonilla Oconitrillo

“No hay mirones en el casino de la vida”, dijo mi padre el único día que recuerdo en que me “pegara un par de fajazos” por apostar “a la cuarta con monedas pringadas en la pared” con unas “pintas” que cuadruplicaban mi edad.

Acepto ahora,  que en esos días, finalizando la escuela primaria, era proclive a juegos de apuestas por cualquier cosa. Sobraban horas en eso de cuidar la cantina de mi papá y por alguna trampa del destino, uno se percata demasiado pronto de si la astucia propia supera la ajena.

Bolinchas.Jugando canicas.Bolinchas

Las “taponas” –las más grandes- y las “arco iris” -las más coloridas- eran reclamos fundidos a modo de bolinchas de vidrio, para apostarlas  a “las chócolas” o al “círculo”, ganarlas casi todos y luego sacrificadamente venderlas sólo “para continuar la fiesta” una y otra vez.

Jugar dinero, antes como ahora, nunca ha sido bien visto, en las hipócritas culturas tintadas por la religión. Por eso, en el barrio jugábamos con “chapas” –de gaseosas- o “billetes” –cajetillas vacías de cigarrillos- u otros objetos de colección estampillas de correo y estampas de álbumes, que tenían valores según si grado de escasez,  rareza, o exoticidad, los extranjeros y/o descontinuados con defectos especiales, tenían mayor valor de intercambio.

Cajetillas de cigarrillos........Cajetillas Camel

Teníamos todo un mercado de ciertos objetos de colección, que instintivamente seguían criterios de selección, valor  y conservación similares a los de la numismática. Servían como en los casinos modernos, a modo de fichas que luego “la banca” podía intercambiar, incluso por dinero.

Pero adivinen… ¿quién era la banca?

Desde luego, eso era teoría, porque, antes como ahora, la banca siempre gana, y recoge casi todas “las fichas”. Desde luego que yo me sacrificaba en venderlas de nuevo sólo para que la fiesta continuara.

…Todos comprendían mi dolor de desprenderme de tan preciados tesoros y hasta lo agradecían.
¡Que los apreciaba sí y los aprecio hasta hoy!,… ¡conservo bellísimos ejemplares!
Pero con dolor en el alma, me desprendía de los excedentes de tanta belleza,… en realidad quería compartirla…

Juego de trompos...........Trompos de madera


Las “sapitas” o las “zanahorias” eran los “trompos” (peonzas) que no podían faltar en ese casino que constituía el polvoriento semi círculo del frente de la cantina. Siempre tengo gratitud en mi corazón para mis hermanos menores, que me “cuidaban la cantina” mientras yo jugaba,… otras veces mi papá dejaba su reiterado nuevo trabajo alternativo para atender la cantina o simplemente cuidarla para que los hijos compartieran un poco con otros niños,… en todo caso jugaban inocentes chapas…

Las destrezas motoras y el gusto refinado de la calidad, también eran debilidades de mi padre, por eso me llevaba a la Ebanistería de los Serrano, contiguo al Pipiolo, la emblemática ferretería al final del Paseo de los Estudiantes (hoy reciclado como Barrio Chino de San José). Allí me asesoraba en escoger los mejores trompos, tomando en cuenta su peso, dureza, equilibrio, coloridas vetas, punta equidistante y la forma según la especialidad del juego, por eso me compraba los ya escasos y caros trompos de cocobolo, ron ron, guapinol, madero negro,… o esas bellas y rubias sapitas de guachipelín…

¡Claro que me enseñó a bailarlos en una mano,… y sin tocar el suelo!... ¡y a bailarlos en la cuerda!

…a afinar la puntería para ganar la mayoría de las veces... ¡de eso me encargué yo mismo!…

…!todavía oigo ese golpe seco que sacaba del círculo al competidor!... y si era antipático o rajón,… le pegaba encima, dejándole una indeleble marca en la cabeza  o rajándolo en el mejor de los casos…

Por eso junto a mi papá aprendí a sustituir la punta original que traían los trompos, echa de alambrón galvanizado, por un fuerte y bien empotrado vástago de tonillo, al cual cortábamos la cabeza y con sutileza, redondeábamos la punta. …!entienden porqué amo las herramientas!,… que recuerde, en eso aprendí a usar la segueta y la lima, con especial aprecio a las invaluables prensas de tornillo.

En esos afanes competitivos, las sapitas, eran mis favoritas, …un tanto apaisadas, con el centro de masa más cerca del suelo, lo que combinado con el peso justo, daba un giro sólido, estable ante giros e irregularidades del suelo.

Esas sapitas eran…  acaderádas , cómo el modelo de belleza de esos tiempos, que veíamos en la “pornografía” que venía en las cartas de naipe de los marineros y que aseguraban eran copias de las “chicas playboy”: cintura delgada y amplias caderas, con vestidos ajustados y pies cruzados para acentuar ese perfil…

Las zanahorias se caracterizaban por su esbeltez, eran trompos más alargados, finos y elegantes para ciertos malabares, con cadentes y amplios giros que sugerían imágenes del Ballet Bolshoy y las notas del Lago de los Cisnes. …Requerían de maestría para bailarlos, eran muy susceptibles a la textura del piso, de la mano se escapaban,… y muy fácil caían acostadas… ¿Cómo explicarlo?... eran como las modelos de Victoria Secret…

Si me extrapolo a estos tiempos del silicón y botox,… ¡No logro imaginarme un trompo inexpresivo y lleno de pelotas!

Tampoco entiendo eso de que genéricamente se llamen trompos (en masculino) y específicamente se llamen sapitas y zanahorias (en femenino)… ¿Serán travestis?... ¡Qué susto!

Marilyn-Monroe.Ballet Bolshoi


Píiiiiiiiinnn… esa campanilla en el centro del tablero,… ese sonidito que reclama tentar la suerte,… esa bolincha que revolotea entre las trampillas y que instintivamente concentramos todo el poder kinético mental para alojarla en la casilla del mayor puntaje…

Me hubiera gustado poseer una mesa de Pinball de verdad, de las que había visto alguna vez en alguna película corrida en “El Teatrillo” de mi Tío Jesús, allá en la Luisa de Sarchí.… Pero como dice el abuelo: “si no hay perros se montea con gatos”.

Manos a la obra,… tablas de madera, clavos, ligas anchas, bolinchas de vidrio y una lata “jamón del diablo”, con mucha creatividad y más adaptación para tener mi propia mesa de pinball, …que además era portátil.

¡Aaaaaaaaa  Juuuuuugarrrr!... ¡La banca pierde pero está contenta!
!Hagan sus apuestas!... ¡Se aceptan billetes de todo valor!

(no lo decía, pero lo pensaba: …que después de que lo pierdan todo, puedo venderles sus propias cajetillas de cigarros a un precio razonable, pero con dinero de verdad)

Siempre me pareció curioso el poder de convocatoria que tiene ese ¡Píiiiiiiiiinnnnn! de la bolincha en la campana (lata de jamón del diablo).

Luego en la “U” aprendía la Teoría de la Gestalt y el experimento de los perros de Pavlov, pero nunca comprendí  la adicción que genera ese sonido como reclamo, hasta que en España, pude ver con verdadero horror, como algunas “amas de casa” muy aseñoradas, al ir de compras para el desayuno familiar y pasar frente a un bar, escuchaban el irresistible sonido de las máquinas “tragaperras”, instintivamente, como los perros de Pavlov, entraban a jugar y desde luego que perdían todo… hasta la dignidad, porque luego las veía en el parque,… esperando que algún buen parroquiano “rodríguez”  (los que se quedan solos en casa) les diera unas mil pesetas a cambio de sexo rápido, …y así llevar algo para la merienda de sus hijos en la escuela…

¡Raras dependencias ecológicas crean estas adicciones!
¡Por suerte nuestros juegos eran más inocentes,… y mi padre buen vigilante!

Pinball.


No debiera haber casino sin circo,… ¡Al mejor estilo Montecarlo!

Para uso propio había improvisado mis propios trapecios y la verdad,… sólo mi Ángel de la Guarda pudo salvarme de que me desnucara, era bonito y espectacular, pero no era práctico para estar cuidando una cantina y menos para apostar… Funcionó poco…

Más portable es el “Rodillo de la Muerte”, que me sorprendió a tope cuando lo vi en el espectacular  Circo Thiany  cuando vino por primera vez a Costa Rica y se instaló en Plaza Víquez. Por cierto que me impresionó mucho el que éste era un teatro que hacía espectáculo de circo, variedades y magia, incluido un famoso espectáculo de aguas danzarinas,… por cierto que yo y ni siquiera el mismo Franz Czeisler, húngaro conocido como Mr. Thiany, podía prever que con eso cambiaría la historia del circo.

Aprendí  por mi cuenta y riesgo a hacer malabarismos con el rodillo y la tabla, incluso sobre un banco de la cantina (cada uno en su escenario)… se veía tan fácil que ese chiquillo lo hiciera hasta sobre un banco apoyado en tres patas de las cuatro… que sobre el suelo cualquiera ganaba la apuesta de simplemente subirse unos segundos…

¡Ahí sí que se ocupaba una póliza de riesgos!,… más de uno salió golpeado,  sin dinero y lo peor,… en medio de las risas de los otros niños (la mayoría de los que apostaban me duplicaban o triplicaban la edad).

Pero eso de dinero apostado en directo estaba mal visto, así que había un tercero con el cual compartía las ganancias,… ¡yo sólo hacía el show!,… y allí comprendí la necesidad de un socio y también que eso era peor que un mal matrimonio…

Circo Thiany.Rodillo de la muerte


…Eso de apostar no me lo enseño mi padre, a él sólo le gustaba jugar tablero como ejercicio de estrategia y sin apostar.

Pero tantos oficios e industrias que incursionó, me aclaran el verdadero sentido de aquella frase -“No hay mirones en el casino de la vida”-, me dicen que él más que nadie era un verdadero apostador, pero apostador por la vida y no por el aparente camino fácil del azahar.

…Un par de fajazos me hicieron seguir los pasos del  nunca indiferente y apasionado apostador de su propio destino,... sin jamás esperarlo del azahar.

 

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